Fatiga emocional, desmotivación y el camino de regreso a casa
Una historia íntima sobre rendirse, soltar y volver a habitarse con compasión.
Se llama María Elena.
Tiene 47 años, es abogada y madre de un adolescente.
Su vida, desde afuera, luce en orden: una carrera sólida, independencia, estabilidad.
Pero dentro de ella —aunque nadie lo note— hay una especie de temblor.
Cuando me llamó, me dijo:
“Siento que algo en mí se está desmoronando, y no sé cómo nombrarlo.”
Había probado con médicos, suplementos, respiraciones.
Nada funcionaba.
“Estoy cansada de estar cansada”, me confesó. “No quiero soluciones. Solo quiero entender qué me está pasando.”
Le propuse venir a la finca de un amigo. Trabajaríamos con los caballos.
Ella aceptó. Intuía, quizás, que su cuerpo sabía cosas que su mente aún no.
Esa mañana, el cielo estaba limpio, el aire olía a monte recién despertado.
La presenté a Aluna, una yegua dulce, silenciosa, que tiene el don de acercarse justo donde duele.
Durante varios minutos no ocurrió nada.
Solo ella, la yegua, y un viento suave.
Y entonces, Aluna dio un paso hacia delante, colocó su cabeza sobre el pecho de María Elena…
y algo se abrió.
Primero, los hombros se encorvaron.
Después, su mandíbula tembló.
Finalmente, lloró.
Sin palabras.
Sin drama.
Solo ese llanto antiguo, el que viene desde el centro del alma.
“No sabía cuánto tiempo llevaba sin sentir nada”, susurró.
Y en ese instante, aunque ella no lo supiera, ya había comenzado su regreso a casa.
El viaje más importante no tiene distancia
Volver a casa no es regresar a una dirección.
No es desandar un camino.
Es algo más invisible y más esencial.
Es un movimiento hacia dentro.
Un suave aterrizaje en quien siempre hemos sido, pero habíamos olvidado ser.
Volver a casa es dejar de actuar para encajar.
Es quitarse el disfraz de la perfección.
Es exhalar después de años de contener la respiración.
No hay épica en este viaje. Hay ternura.
No hay conquista. Hay entrega.
No hay un mapa. Solo señales de que el alma ha ido dejando por dentro.
Lo que se rompe antes de volver
Pero antes de regresar, casi siempre hay un momento en el que todo parece caerse.
Y no se rompe lo esencial.
Se rompe lo falso.
Lo que ya no somos.
Lo que sosteníamos por miedo.
Lo que parecía firme, pero nos vaciaba en silencio.
Nos damos cuenta de que estamos agotados, pero no del cuerpo: del alma.
Sentimos una tristeza que no tiene causa.
Nos duele el pecho sin razón médica.
Nos volvemos hipersensibles, olvidadizos, dormidos por dentro.
Y aunque parezca una crisis, en realidad es un despojo.
No es castigo. Es purificación.
El alma no está colapsando. Está preparando el terreno para volver a habitarse.
Volver… poco a poco
El retorno no es un gran salto.
Es un gesto suave. Una elección diaria.
Una forma diferente de estar con uno mismo.
Aquí algunas pequeñas puertas para comenzar:
Haz una pausa verdadera.
Siéntate sin celular. Respira. Hazlo sin meta. Solo para escucharte.Escribe sin filtro.
Pregúntate: ¿Qué parte de mí está pidiendo volver a ser sentida?Habla con tu cuerpo.
Coloca una mano sobre donde sientes tensión. Pregunta: ¿Qué estás sosteniendo por mí?Camina sin destino.
Sal al aire libre, sin auriculares. Deja que tus pies te guíen de regreso al presente.No te apures.
El alma no corre. El regreso no tiene prisa. Hay tiempo.
Los que me recordaron cómo volver
He aprendido del I Ching que hay un momento en que el alma comienza su retorno.
No por voluntad. Por madurez.
Ese momento no se impone. Se siente.
Stephen Karcher dice que el regreso no es una decisión mental, sino una pulsación profunda.
Es la vida en su forma más sabia diciendo: Es hora.
Y Thomas Merton me enseñó que volver a casa no es un acto místico inalcanzable.
Es volver al yo verdadero, al silencio en el que Dios susurra.
“La vida espiritual no es huir del mundo, sino regresar a donde siempre estuviste, pero aún no habitabas.”
Mi propio regreso
Yo también tuve que volver.
Durante años, mi vida estaba llena: agenda, clientes, libros, cursos, viajes.
Todo bien construido.
Todo exitoso.
Pero algo en mí… estaba lejos.
Muy lejos.
Una especie de tristeza sin drama.
Un cansancio en los huesos del alma.
Entonces, un día, paré.
No por decisión heroica. Por necesidad.
Y comencé a mirar hacia dentro.
No fue inmediato.
Fue un gesto diario.
Como un animal herido que vuelve a confiar en su propia cueva.
Me formé en prácticas que unían el cuerpo y el espíritu.
Me encontré con el silencio.
Y sobre todo, me encontré conmigo.
Volví.
Y sigo volviendo, cada día.
Porque volver no es un destino. Es una práctica.
Un modo de vivir con más verdad.
Si estás leyendo esto…
Tal vez tú también estás volviendo.
Tal vez algo dentro de ti ya empezó a moverse, aunque no tenga nombre.
Está bien.
Tómate el tiempo.
No fuerces nada.
Y si puedes, hazte compañía mientras regresas a ti.
Porque a veces, lo único que necesitamos para sanar…
es dejar de huir.
"El regreso no es un camino. Es una manera de respirar."
Con presencia y ternura,
Aldo